Siempre me costaron los abrazos. En realidad siempre me costó recibirlos. Aceptarlos.
No es que ando a los abrazos pero se me hace más fácil tener la iniciativa.
Ahora que lo pienso más de una vez abracé de la emoción de ver a alguien y no ser correspondida, como cuando los cuerpos no se llegan a pegar o los brazos del otro no se extienden para envolverte. De todos modos me gustaba porque sentía empatía. Al fin y al cabo yo también era igual si alguien lo intentaba conmigo.
Abrazos que no eran abrazos. O abrazos exagerados.
Ahora no me importa diferenciarlos. Ahora solo pienso en esos que nunca di.